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Desde 1985, sismos se asumen con respeto

  • Foto del escritor: Karla Hernandez
    Karla Hernandez
  • 26 sept
  • 2 Min. de lectura

MARCOS H. VALERIO



La mañana del 19 de septiembre de 1985, el suelo de México tembló con una fuerza que no olvidaré jamás. Como investigador del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, sentí que el mundo se detenía mientras la tierra rugía. El sismo de magnitud 8.1, con epicentro en las costas de Michoacán, no solo dejó una herida imborrable en el corazón de los mexicanos, sino que también cambió para siempre mi forma de entender los sismos. “Fue un parteaguas”, recuerdo con claridad, porque ese día no solo aprendimos sobre la furia de la naturaleza, sino sobre nuestra propia vulnerabilidad.


Asimismo, recordó que, ese evento, que devastó la Ciudad de México, nos obligó a mirar con nuevos ojos la corteza terrestre y dio origen a una revolución en el monitoreo sísmico, con el Servicio Sismológico Nacional (SSN) como protagonista.


Víctor Espíndola Castro, entonces estudiante de Física y lecturista en el SSN, corrió hacia Ciudad Universitaria aquella mañana, con el corazón acelerado, para ayudar a calcular el origen del sismo.


“Todo se hacía con mapas grandes, compás y regla. Era pura geometría”, relata. En 1985, apenas contábamos con una veintena de estaciones sismológicas, insuficientes para un país tan vasto y sísmicamente activo como México.


Ese día, mientras los edificios caían y el polvo cubría la capital, quedó claro que necesitábamos más: más estaciones, más tecnología, más conocimiento. La tragedia nos enseñó que la Ciudad de México, construida sobre un antiguo lago, amplificaba las ondas sísmicas en zonas de arcilla, un fenómeno que hoy conocemos como el “efecto Ciudad de México”.


De igual forma, agregó que, ese descubrimiento, junto al mapeo detallado liderado por la UNAM, transformó los códigos de construcción, diferenciando suelos blandos, como los del antiguo lago, de suelos duros, como los de CU.


Han pasado 40 años, y el cambio es abismal. Como jefe del SSN en dos periodos (1993-1996 y 2005-2014), vi cómo pasamos de registrar 300 sismos al año a más de 33 mil en 2024, no porque tiemble más, sino porque nuestra red creció a más de 100 estaciones distribuidas estratégicamente, todas operadas por la UNAM. Hoy, los cálculos que antes tomaban horas se hacen en segundos, gracias a equipos digitales y algoritmos avanzados.


“La gente ya no dice ‘parece que tembló’; ahora consulta nuestra página web o nuestra cuenta de X y sabe la magnitud y el epicentro al instante”, explica Espíndola, hoy responsable del área de Análisis del SSN. Esta modernización, impulsada tras el 85, convirtió al SSN en un referente que opera las 24 horas, los 365 días del año, ofreciendo datos en tiempo real que salvan vidas.


El sismo del 85 no solo nos enseñó a monitorear mejor; nos dio una lección de humildad y compromiso. Como dice Valdés, bromeando, “la temporada de sismos va del 1 de enero al 31 de diciembre”.


Por eso, el SSN, independiente del gobierno y arraigado en la ciencia, es un orgullo nacional. “Nuestro compromiso es con la verdad y la seguridad de México”, asegura. Cuatro décadas después, mientras seguimos sin predecir sismos, sabemos que la vigilancia constante y la preparación son nuestra mejor defensa.


El 19 de septiembre de 1985 nos marcó, pero también nos transformó, haciéndonos más fuertes, más alertas y más unidos ante la impredecible danza de la tierra


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