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EL VACÍO DE LA OPOSICIÓN Y EL ASCENSO DE LA ULTRADERECHA

  • Foto del escritor: Karla Hernandez
    Karla Hernandez
  • 1 oct
  • 3 Min. de lectura

Por: Rigoberto Grifaldo


En el México de hoy, la oposición tradicional parece desdibujarse, atrapada en una maraña de estrategias fallidas y acusaciones sin sustento, mientras una corriente ultraderechista emerge con fuerza, alimentada por el descontento social y una narrativa que combina victimización, intolerancia y promesas de mano dura.


La ausencia de una oposición sólida y creíble ha abierto la puerta a figuras como Ricardo Salinas Pliego, Lilly Téllez, Eduardo Verástegui, Alessandra Rojo de la Vega y Alejandro “Alito” Moreno, quienes, con distintos matices, buscan capitalizar el hartazgo ciudadano para reposicionarse en un escenario político donde la polarización es la moneda de cambio.


Desde el inicio del sexenio de Claudia Sheinbaum, los ataques contra Morena y su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, han seguido un guion repetitivo: rumores de investigaciones internacionales, especulaciones sobre nexos con el narcotráfico y críticas de columnistas que, sin fuentes confiables, alimentan una narrativa de descrédito.


Las acusaciones de un supuesto “narcoestado” han resonado en titulares, pero carecen de pruebas sólidas que empañen la gestión de Sheinbaum. Ejemplo de ello fue la insinuación de una posible investigación contra AMLO en Estados Unidos, que se desvaneció en especulaciones y declaraciones anónimas.


Mientras tanto, temas como la persecución de migrantes ilegales bajo el pretexto del combate al narcotráfico han servido para justificar políticas agresivas, pero no han logrado desestabilizar al oficialismo.


En este contexto, la oposición tradicional no ha sabido aprovechar el bombardeo mediático para ganar simpatía electoral. Los líderes de Morena, desde la diplomacia de Ricardo Monreal, la mesura de Mario Delgado, hasta la elocuencia combativa de Gerardo Fernández Noroña, han resistido los embates.


Sin embargo, el vacío dejado por partidos como el PAN, PRI y PRD ha sido terreno fértil para el ascenso de una ultraderecha que mezcla oportunismo político con discursos radicales. Lilly Téllez, por ejemplo, se ha convertido en una figura visible de este movimiento. Sus enfrentamientos con Noroña, sus declaraciones altisonantes y sus esporádicas apariciones en medios extranjeros la posicionan como una candidata presidencial incómoda incluso para el PAN, cuya vanidad política oscila entre lo provocador y lo caricaturesco.


En una jugada similar, Alejandro “Alito” Moreno, líder del PRI, ha abrazado la radicalización para limpiar su imagen tras escándalos de corrupción que incluyen audios comprometedores y propiedades de lujo.


Su papel como víctima de un supuesto “perseguido político” se consolidó en un episodio en el Senado, donde defendió a una senadora panista de los ataques de Noroña, quien lo tildó de “porro”. Alito ha adoptado el insulto político y la confrontación como estrategia, buscando capitalizar el desgaste del gobierno de Morena y presentarse como un defensor de la oposición democrática.


Pero el actor más disruptivo en este escenario es Ricardo Salinas Pliego, quien, envuelto en una disputa fiscal de 74 mil millones de pesos con el SAT, ha construido una narrativa de resistencia contra un supuesto “narcoestado”.


Autoproclamándose víctima de extorsión, Salinas asegura haber saldado sus deudas fiscales, aunque los litigios persisten en tribunales. Su propuesta, el “Movimiento Anticrimen y Anticorrupción” (MAAC), busca aglutinar a figuras como Téllez, Verástegui y Rojo de la Vega, mientras “Alito” podría sumarse por iniciativa propia.


Con un discurso que critica tanto a Morena como a los gobiernos del PRI y PAN, Salinas apela al desencanto generalizado, adoptando un estilo populista que evoca a figuras como Nayib Bukele, Javier Milei o Donald Trump.


Esta coalición incipiente de ultraderecha, respaldada por el poder económico, la presencia mediática y el control de plataformas de comunicación, no solo busca desplazar a la centro-derecha tradicional, sino también captar a un electorado frustrado por problemas como el narcotráfico y la corrupción.


Sin embargo, su estrategia, basada en medias verdades, noticias falsas y burlas sistemáticas al oficialismo, carece de sustancia para construir una alternativa sólida. Mientras la oposición tradicional sigue sin encontrar rumbo, la ultraderecha avanza, no por su fortaleza, sino por el vacío que otros han dejado.


El riesgo es claro: en un país polarizado, el discurso radical puede encontrar eco, pero también profundizar las divisiones y el desencanto.


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