Realeza del narco, destronada en cárceles de EU
- Karla Hernandez
- 1 sept
- 3 Min. de lectura
Joaquín “El Chapo” Guzmán, Ismael “El Mayo” Zambada y Rafael Caro Quintero
Enfrentan el ocaso de sus imperios en prisiones estadounidenses, donde la justicia escribe el epílogo de sus reinados criminales
MARCOS H. VALERIO
La historia del narcotráfico mexicano ha encontrado su nuevo escenario en los juzgados y cárceles de Estados Unidos, donde tres de sus figuras más emblemáticas: Joaquín “El Chapo” Guzmán, Ismael “El Mayo” Zambada y Rafael Caro Quintero; enfrentan el peso de una justicia implacable.
Lo que alguna vez fueron imperios forjados en las sierras de Sinaloa y el Triángulo Dorado se reduce ahora a celdas de máxima seguridad en MDC Brooklyn o ADX Florence, espacios que contienen no solo a estos hombres, sino también el mito que los rodeaba.
Sus nombres, sinónimo de poder y violencia, se desvanecen en un sistema penitenciario que no perdona, marcando el fin de una era de capos intocables.
El camino hacia estas prisiones ha sido tan variado como las personalidades de estos tres reyes del narco. “El Chapo”, de 68 años, llegó a Estados Unidos tras una extradición formal en 2017, luego de dos espectaculares fugas que evidenciaron la fragilidad del sistema carcelario mexicano.
Asimismo, “El Mayo”, de 77, fue traicionado y secuestrado en Culiacán en 2024, entregado en una avioneta como trofeo a las autoridades estadounidenses por antiguos aliados.
Caro Quintero, de 72, fue enviado al norte mediante un dudoso mecanismo legal, justificado por el gobierno mexicano bajo el paraguas de la “seguridad nacional”.
Cabe destacar que, la captura de estos gigantes no ha detenido el flujo de drogas hacia Estados Unidos. Las redes del trasiego se adaptan, mutan y prosperan sin los nombres que alguna vez las definieron. Guzmán, Zambada y Caro Quintero fueron pioneros en un mundo que ya no existe, reemplazado por estructuras más difusas y menos visibles, donde los capos son piezas reemplazables en un engranaje que no se detiene.
La justicia estadounidense, sin embargo, no escatima en su afán de castigar. “El Chapo” purga desde 2019 una cadena perpetua más 30 “años, un añadido simbólico que refleja el rencor acumulado contra él.
Caro Quintero, acusado del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena en 1985, enfrenta un proceso donde más de 100 agentes lo escoltaron en su audiencia, una imagen que destila venganza.
“El Mayo”, por su parte, aceptó recientemente su culpabilidad en cargos graves, incluyendo el tráfico de mil 500 toneladas de droga y sobornos a políticos y fuerzas de seguridad mexicanas, cerrando su confesión con un pedido de perdón que suena más a estrategia que a arrepentimiento. Sus sentencias, aún pendientes, prometen ser igualmente severas.
El drama judicial no termina con ellos. Mientras Caro Quintero, aislado casi 24 horas al día, clama por condiciones más humanas, y “El Mayo” aguarda su sentencia en enero, otros como Ovidio Guzmán, “El Ratón”, buscan negociar con la justicia estadounidense.
La declaración de culpabilidad de Ovidio en julio sugiere un intento de suavizar su castigo a cambio de información y, posiblemente, dinero. Este trueque refleja una constante: En el sistema estadounidense, la información es moneda de cambio, y los narcos mexicanos, desde los reyes hasta los peones, saben que su destino final está en celdas al norte de la frontera, donde la soledad y el olvido son el verdadero castigo.
La caída de Guzmán, Zambada y Caro Quintero no es solo el fin de tres figuras legendarias, sino una advertencia: el narcotráfico puede ser un negocio sin fin, pero sus protagonistas terminan, invariablemente, en el frío aislamiento de una prisión estadounidense, donde la justicia escribe el último capítulo de sus historias.
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