“Inventé a Superman un día después de que enterramos a mí papá”
- Karla Hernandez
- 14 jul
- 3 Min. de lectura
Jerry Siegel: El hombre que creó a Superman desde el dolor
En 1938, un joven devastado por el asesinato de su padre dio vida al superhéroe más icónico del mundo
MARCOS H. VALERIO
Jerry Siegel, un adolescente de apenas 18 años, se encerró en su habitación con el corazón destrozado. Horas antes, había enterrado a su padre, Mitchell Siegel, asesinado a sangre fría durante un asalto a su pequeña tienda en Cleveland, Ohio.
No hubo héroes que lo salvaran, no hubo justicia. En la penumbra de su cuarto, con un lápiz y un cuaderno, Jerry canalizó su dolor en una idea que cambiaría la cultura para siempre: un hombre invulnerable, venido de otro mundo, que podía detener balas y proteger a los inocentes. Así nació Superman.
“Quería crear a alguien que pudiera hacer lo que yo no pude: salvar a mi padre”, confesaría Siegel años después. Junto a su amigo y dibujante Joe Shuster, otro joven soñador de origen humilde, comenzaron a dar forma al Hombre de Acero.
Pero el camino hacia las viñetas estuvo lejos de ser heroico.
Durante años, las editoriales rechazaron su idea. “Un extraterrestre con capa? Absurdo”, les decían.
Siegel y Shuster, sin un centavo, gastaban lo poco que tenían en sobres y estampillas para enviar sus borradores, muchas veces sacrificando comidas para costear el correo.
“Cada ‘no’ dolía, pero Superman era nuestra esperanza”, recordaba Siegel.
En 1938, tras años de negativas, DC Comics aceptó publicar Action Comics #1, donde Superman debutó.
La paga: 130 dólares por los derechos completos del personaje. Una miseria para un héroe que pronto conquistaría el mundo.
Mientras Superman volaba en cómics, películas y juguetes, generando millones, Siegel y Shuster apenas podían pagar el alquiler.
“Ver a tu creación en cada esquina, mientras tú luchas por sobrevivir, es un golpe que no explica ninguna viñeta”, admitió Siegel, quien cayó en una profunda depresión.
La injusticia no terminó ahí. Durante décadas, Siegel y Shuster pelearon en tribunales para ser reconocidos como los creadores de Superman.
Mientras el mundo aplaudía al Hombre de Acero, ellos enfrentaban pobreza y olvido. Shuster, cuya vista se deterioró hasta casi dejarlo ciego, vivía en condiciones precarias.
Siegel cargaba con la culpa de no haber asegurado un mejor trato para ambos. “Creé un héroe, pero no pude salvar a mi amigo”, lamentó.
No fue hasta los años 70, cuando la presión pública y una nueva generación de fans exigieron justicia, que DC Comics cedió.
La editorial otorgó a Siegel y Shuster una pensión mensual y comenzó a incluir sus nombres en los créditos de cada historia de Superman.
Pero para entonces, el daño estaba hecho. Shuster vivía en la miseria, y Siegel, aunque aliviado, nunca superó la amargura de los años perdidos.
“Todos ven al superhéroe, pero nadie pregunta quién lo dibujó desde el dolor”, reflexionó Siegel en una de sus últimas entrevistas.
Superman no fue solo un ícono; fue el refugio de un joven que transformó su tragedia en un símbolo universal de esperanza.
Cada vez que el Hombre de Acero salvaba el día, Siegel sentía que, de alguna forma, también salvaba un pedazo de sí mismo.
Hoy, mientras Superman sigue volando en las páginas y pantallas del mundo, la historia de Jerry Siegel nos recuerda que los verdaderos héroes no siempre llevan capa. A veces, son los que resisten en silencio, con un lápiz en la mano y el peso de un sueño en el corazón
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