Mandela: Faro contra racismo estructural
- Karla Hernandez
- 19 jul
- 3 Min. de lectura
Reaviva la urgencia de combatir la discriminación
“Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, su origen o su religión. La gente debe aprender a odiar, y si pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar": Nelson Mandela
MARCOS H. VALERIO
Cada año, el Día Internacional de Nelson Mandela recuerda al mundo la lucha incansable del líder sudafricano contra el apartheid, un sistema de opresión racial que marcó a su país, pero cuya sombra se extiende a realidades como la de México, donde el racismo estructural sigue limitando vidas.
“Mandela no solo derribó leyes discriminatorias, sino que sembró una visión de inclusión que hoy nos interpela”, afirmó Gerardo Sánchez Guadarrama, periodista especializado en derechos humanos.
El legado de Mandela trasciende fronteras. Su vida, dedicada a la reconciliación y la justicia, dejó una enseñanza clara:
El cambio social comienza en la transformación personal y en la construcción de una cultura que abrace la diversidad.
En México, donde el racismo se disfraza bajo el mito del mestizaje, su mensaje resuena como un llamado urgente a la acción.
LEGADO DE INCLUSIÓN FRENTE A a LA EXCLUSIÓN
Mandela entendió que el racismo no es solo un problema legal, sino cultural.
“Su apuesta fue transformar corazones y mentes, porque solo desde la conciencia individual se construyen sociedades justas”, explicó Sánchez Guadarrama, también facilitador de aprendizajes en Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI).
Este enfoque, que hoy sustenta las políticas DEI, busca desmantelar prejuicios y promover entornos donde las diferencias no sean motivo de discriminación, sino de convivencia.
En Sudáfrica, Mandela luchó contra un sistema explícito de segregación. En México, el racismo opera de manera más sutil, pero no menos devastadora.
“Aquí no tenemos leyes de apartheid, pero el color de piel sigue siendo un predictor de oportunidades”, señaló el experto. La “pigmentocracia” mexicana, término que describe cómo el tono de piel determina el acceso a privilegios, perpetúa techos de cristal para las personas indígenas, afromexicanas y de piel morena, mientras que el piso pegajoso de la desigualdad les impide ascender.
MÉXICO: PAÍS CON DEUDAS PENDIENTES
Los números no mienten. Según el INEGI, una de cada tres personas indígenas o afromexicanas ha enfrentado discriminación en espacios públicos, laborales o institucionales.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) revela que las personas de piel más oscura tienen menos acceso a empleos formales, educación superior y justicia.
La Encuesta Nacional sobre Población Privada de la Libertad (ENPOL) 2021 expone una realidad alarmante: más del 40% de las personas indígenas en procesos judiciales no cuentan con intérpretes, y las cárceles mexicanas muestran una sobrerrepresentación de indígenas y personas morenas, mientras que las personas blancas o con recursos económicos están subrepresentadas.
“En México, ser moreno o indígena muchas veces significa trabajar el doble para obtener la mitad”, reflexionó Sánchez Guadarrama. Este racismo estructural, camuflado bajo discursos de unidad nacional, limita la movilidad social y perpetúa la exclusión en escuelas, empresas y tribunales.
FARO ÉTICO PARA MÉXICO
A 12 años de su muerte, el legado de Nelson Mandela sigue iluminando el camino hacia la igualdad.
Su vida inspira a quienes luchan por sociedades más justas, desde las comunidades que defienden su derecho a existir sin discriminación hasta las personas que transforman su entorno desde la empatía.
En México, adoptar su visión implica reconocer el racismo estructural y actuar para desmantelarlo

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