Sombra de un monstruo en México: El caníbal de Atizapán
- Karla Hernandez
- 14 jul
- 4 Min. de lectura
MARCOS H. VALERIO
No es una película de terror, no es una serie de Netflix, es la realidad cruda y descarnada de México. Javier Tejado, el autor del libro “El Caníbal de Atizapán”, editado por Grijalvo Random House, nos sumerge en la mente y los actos de Andrés Filomeno Mendoza, el mayor asesino serial documentado en la historia del país, un hombre que operó con impunidad durante 31 años.
El escritor no solo cuenta una historia de horror, sino que destapa una verdad que incomoda: este caso, que debería haber sido un parteaguas, es también un espejo de lo que falla en México.
“Es un caso inédito en el mundo del true crime”, dice Javier, con una mezcla de fascinación y espanto. Y no exagera. Estamos hablando de un sujeto que, según sus propias confesiones, llegó a matar hasta dos personas por semana. Sí, leíste bien: dos por semana.
En su casa en Atizapán, Estado de México, las autoridades encontraron más de cinco mil restos óseos. El piso, las paredes, hasta las macetas estaban construidas sobre los restos de sus víctimas.
“Su casa era un cementerio”, describe Javier, y el impacto de sus palabras se siente como un puñetazo. Más de 50 víctimas documentadas de puño y letra del asesino, aunque el número real podría ser mucho mayor. ¿Cómo es posible que alguien así pasara desapercibido durante tres décadas?
El escritor se inclina hacia adelante, como si quisiera asegurarse de que el mensaje cale. “Este tipo no solo mataba, se camuflaba perfectamente en la sociedad. Era presidente de la colonia San Miguel, un cargo electo en una comunidad de 25 mil habitantes. Usaba su posición, los apoyos sociales, las canchas públicas, sus nexos con las autoridades para acercarse a sus víctimas”.
¿Quiénes eran ellas? Mujeres solas, de escasos recursos, con necesidades económicas, madres solteras a las que nadie buscaría con urgencia. “Él las elegía con precisión quirúrgica”, explica Javier Tejado. Sabía que sus desapariciones no levantarían demasiadas alarmas, y eso le permitió operar en las sombras durante tanto tiempo.
Lo más escalofriante es cómo este feminicida logró engañar a todos. El escritor cuenta que, en las entrevistas con él, acompañado de una psicóloga con 30 años de experiencia en asesinos seriales, el tipo parecía incapaz de matar una mosca.
“Es un maestro del engaño. Te da la mejor de las impresiones, pero en el juicio, cuando mostraron uno de los videos que él mismo grababa de sus atrocidades, fue el único momento en que mostró interés. Revivir sus crímenes lo excitaba”.
Esa desconexión emocional, esa frialdad psicopática, es lo que hace que este caso sea estudiado hasta en la academia del FBI en Quantico, Virginia. Los videos de sus actos son material de entrenamiento para entender la mente de un asesino serial.
Pero si la crueldad del “Caníbal de Atizapán” hiela la sangre, lo que indigna aún más es la complicidad del sistema. “¿Cómo es posible que en 31 años las autoridades no lo detectaran?”, se pregunta Javier Tejado, y la respuesta es tan brutal como el caso mismo: negligencia, indiferencia o, peor aún, desdén.
“El Estado de México es un cementerio de mujeres”, sentencia el escritor, recordando casos como el del “tamalero”, otro feminicida que, junto con su esposa, vendía los restos de sus víctimas en tamales. La realidad, insiste, supera cualquier ficción.
El libro no solo narra los horrores del asesino, sino que pone el reflector en las fallas sistémicas. La captura del “Caníbal” no fue obra de la policía ni del Ministerio Público, sino de la tenacidad de una familia.
El esposo de la última víctima, Reyna, un comandante de las Fuerzas Especiales de Tlalnepantla, junto con su cuñado, realizó una investigación que en 24 horas logró lo que las autoridades no hicieron en tres décadas: localizar al asesino. “Es una tragedia tras otra”, dice Javier Tejado.
“La familia de Reyna no solo enfrentó la pérdida, sino el maltrato y la revictimización de las autoridades. Es un reflejo de todo lo que hay que corregir”.
“El caníbal de Atizapán” no es solo un relato de true crime. Es un llamado de atención. Javier lo escribió con cuidado, sin caer en el morbo, pero sin suavizar la gravedad del caso. Ofrece alertas claras para las mujeres: cómo identificar las señales de peligro, cómo operan los feminicidas, qué perfiles buscan.
También es una crítica a la ciudadanía que, por miedo o indiferencia, no denunció los indicios que durante años estuvieron a la vista. “Los vecinos sabían cosas, veían cosas raras, pero nadie dijo nada”, lamenta.
Afortunadamente, no todo es oscuridad. El caso tuvo un destello de justicia: jueces locales en el Estado de México condenaron al asesino a tres cadenas perpetuas, y el Congreso aprobó la “Ley Reyna”, que reformó la forma en que se abordan los feminicidios y el apoyo a las víctimas.
Además, los ingresos del libro se destinan a la Fundación Origen, que apoya a mujeres víctimas de violencia. Pero Javier Tejado es claro: mientras las fiscalías y las policías no funcionen, mientras la sociedad no se involucre, las leyes seguirán siendo letra muerta.
“El caníbal de Atizapán” no es solo una historia de terror; es un recordatorio de que, en México, la realidad sigue siendo más perversa que cualquier ficción


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